Proximidad dudosa del chamullo del taxista o broma de la vida fué, parar en amarilla y
verle por la ventana, con su pelo, ese que nunca acaba y le parpadea al hombro, con sus
ojos que ya no son los mismos músculos de años atrás cuando los dejé de ver y se fué en
el nublado medio día de un febrero, con su estatura y su sombra que nunca hace sombra
y que se instala en mi agenda ahora como tomando bandera se instaló aquella vez para
siempre.
Tiene que ser una broma que mi esquina también sea su esquina en este preciso
momento en el que voy llegando tarde a la oficina, la amarilla ya es roja, roja como la
mejor contienda, me llamo desde mi ombligo intentando obligarme a abrir la puerta e
invitarle a subir, pero no puedo, las lágrimas del pasado me hacen transpirar las manos,
no quiero que dé luz verde, quiero que esta hora en punto se congele para siempre, no
quiero volver a dejar de verle para luego volver a dejar de buscarle.
¿Te animarías Minerva a prestarle tu escudo al taxista y a mí prestarme tu lanza para
lograr tal vez que doblando su cuello mientras busca en su bolsillo pueda mirarme y
hacerme detener? Yo le dejo el taxi libre, no importa llegar tarde otra vez si me dice que sí a un café cortado.