Ahora que hasta el celeste destiñe, no nos queda más que pegar el cuadro de Perón con chicle, tapar la gotera del techo con pasaporte comunitario, comer la tostada antes de tostar. Ahora que el sol no saldrá en cuatro años y menos en la bandera, solo queda rodearse de personas con buena caligrafía, como la vecina que te da los buenos días en el ascensor en señal de que seguimos siendo humanos y no seres alguna vez mágicos y ahora extintos como típico ascensorista recién llegado del piso 9 como Charly. Nos queda pensar en que el latido de la conciencia y su hermano el remordimiento retumbará más alto que el dólar, nos queda pensar que el talento humano y popular siempre será mejor título que capital, nos queda pensar que mucho mejor es cenar galletitas con paté a la izquierda que asados liberales libertarios a la diestra, estando a media cuadra de la convicción de que todo volverá a cambiar, trepando la referencia y algún día así llegar de nuevo a la cabaña de verano, donde abriremos las puertas, ventilaremos, barreremos hasta las paredes, sacudiremos los colchones y podremos revisar a ese puñado de familia, que nos bancó en tiempos agrios con misteriosa rebeldía, podremos preparar aperitivos, una ricas picadas tipo sonrisa, nos abrazaremos, nos volverá a joder la derecha, pero solo será una carcajada, volverán los himnos sindicales, volverá la marea feminista, volverán las personas acertijos, volverá a cantar Astor, volverá el rojo a pintar la casa rosada igualito a como pinta la sangre y quizás si tenemos suerte, vengan a visitarnos almas de premio que ya estuvieron dónde nosotros estamos, grandes maravillas, como el tachado intachable y apuesto, obrero simple y discreto amor, sentimiento agitador de masas.