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Lo bastante buena

Creí con la concepción severa de no ser lo bastante buena.
No era lo bastante buena para tener un padre.
No era lo bastante buena para que quien me parió me amara.
No era lo bastante buena para saber la verdad.
No era lo bastante buena como para no vivir en la diferencia.
No era lo bastante buena para caminar por la realidad.
No era lo bastante buena para que me hicieran el amor.
No era lo bastante buena para un compromiso luminoso.
No era lo bastante buena para un amante sincero.
No era lo bastante buena para una mujer con busto y pecho.
No era lo bastante buena para parir hijos con pulso.
No era lo bastante buena para cumplir mis sueños.
Simplemente no era suficiente, simplemente yo no le bastaba a nadie.
Y en este contagio de insuficiencia, de dolor y redacciones ácidas solo me quedaba mirar a la distancia lo que nunca iba a tener.
Y sobrevolar libros, palabras, lenguas, datos, secretos, ideales, escenarios, catres, bares y plazas buscando ser la carne jugosa que no era.
Permití ser resumida, ser ultrajada, ser odiada, ser convulsa, convencida de que aquello era mi culpa, permití tormentos y tormentas jurando que la vida me iba a abrir el cielo y soplar mi nube.
Simplemente no era suficiente simplemente yo no le bastaba a nadie y por ello dejé que el descenso se acomodara en mis paredes.


No era una mujer, era una mercancía.
No era una mujer, era un mercadeo.
No era una mujer, era una página rota en la esquina superior izquierda.
No era una mujer, era una madre sin M mayúscula.
No era una mujer, era un animal de cadera tibia.
No era una mujer, era una máquina de saberes inutilizables.
Pero, y gracias a qué el, pero existe, la vida me sorprendió un día entre disparo y destello.
Olvidé por fin las 3 toneladas de ego que habían violado mi cuerpo, olvidé por fin a quien me parió sin voluntad, olvidé por fin a quien no me dio apellidos, olvidé la locura en mis oídos y olvidé por fin a quien levantaba el puño izquierdo con consigna y falsa retahíla.
Nació el milagro un día 3 con ojos de fábula, y ya dejé de ser mercancía, dejé de tener precio, dejé de estar en la vitrina, dejé de corear al mercadeo, dejé de vivir en la luz performativa de la farsa que era suave frente a mi áspera realidad, superé la dolencia y decidí tener valor, de ese que siempre es suficiente, de ese que nunca se paga, de ese que a diario es lo bastante bueno.